Los filósofos presocráticos

Actualmente la palabra mito tiene un sentido peyorativo, es una crítica hacia las creencias, relatos y personajes que en realidad no tienen el valor que se les suele atribuir. Se habla, por ejemplo, del mito de un artista X, o del mito de la democracia, o del mito del psicoanálisis, etc. Desmitificar, en este sentido, significa colocar a las cosas en su verdadero lugar y valor.

Sin embargo, cuando nos referimos a los mitos de la antigüedad griega (o de cualquier otra cultura antigua) los antropólogos y estudiosos del asunto insisten en el enorme valor que tales mitos representan para la vida, la felicidad, la orientación y la estabilidad emocional de la gente de aquellos tiempos. Así se refieren a los mitos propagados por Homero y Hesíodo y a las grandes mitologías que nos narran episodios de Júpiter, Venus, Cronos y demás dioses.

El carácter sagrado de la mitología coloca a dichos relatos en un lugar de nivel superior, no como algo digno de ser desechado o barrido por su bajeza, vulgaridad o mediocridad, sino todo lo contrario, como símbolos que proporcionan al hombre una respuesta a su eterna problemática fundamental acerca del origen del mundo, el destino humano y las normas de conducta. El mito es el digno antecesor de la Filosofía. No tiene la altura de ésta, pero tampoco es el desecho del pensamiento humano.

La principal diferencia entre el mito y la Filosofía reside en el carácter científico que desde un principio ha pretendido ostentar la Filosofía. Ciencia, en los términos aristotélicos, se refiere al sencillo detalle de aludir a las causas, las razones, los fundamentos de lo que se está afirmando. El mito, en cambio, es un relato que se transmite de boca a boca, es una intuición y un símbolo que raya en lo sagrado, en la altura intemporal de los mejores valores que el hombre presume. Pero, aun así, el mito no da razones de sus asertos. Por este motivo, la Filosofía se coloca en un nivel superior. La Filosofía, en contraste, es un conocimiento que da razón de lo que afirma, o por lo menos, eso es lo que pretende desde sus orígenes griegos.

 

Tales de Mileto


En la costa de Asia Menor, en la ciudad de Mileto se origina el pensamiento filosófico occidental.
Tales de Mileto (muerto en 545 a. C), uno de los siete sabios de Grecia, político, matemático y astrónomo, asentó la primera tesis que podríamos llamar de nivel filosófico.

La pregunta a resolver por este pensador y sus sucesores fue la siguiente: ¿Cuál es el elemento o principio básico que constituye todas las cosas? ¿Cuál es el arjé (principio) de la fysis naturaleza)?
Tales responde que ese principio universal está en el agua. El agua es el elemento que constituye todas las cosas. Actualmente esa teoría nos puede parecer ridícula; pero el hecho de que la mente humana se aplique a la solución de un problema fundamental, o mejor, intente fundamentar y reducir a la unidad la inmensa variedad de las cosas, es ya un paso gigante en la historia del pensamiento. Es justamente el origen de la Filosofía.


Anaximandro


Más joven que Tales, propone una segunda explicación sobre el principio que constituye todas las cosas. Lo llama el ápeiron, o lo indeterminado. En efecto, para que se pueda hablar de un principio que compone a todas las cosas, se requiere que ese principio no sea ninguna de ellas; tiene que ser algo anterior a ellas, lo indeterminado. Esto es, por supuesto, un avance con respecto a Tales.


Anaxímenes


Muere por los años 523 a 528 a.C. Pretende que el principio de todas las cosas debe ser algo sutil y amorfo, y cree que es el aire, que envuelve a toda la tierra, el principio del cual se han todas las cosas.
En el año 494 es destruida la ciudad de Mileto, y con esto termina la serie de los primeros pensadores que se dedicaron a responder a uno de los grandes problemas filosóficos, a saber: ¿Existe unidad en la variedad de todas las cosas? ¿Hay algo a partir de lo cual todo se ha hecho?.


Heráclito


No se conocen sus fechas de nacimiento y muerte. Su apogeo tuvo lugar por los años 504-501 a. C. Se le llama oscuro, por el estilo de sus metáforas, las más de las veces llenas de contradicciones. Era melancólico y misántropo.

Es el filósofo del devenir y de la tensión de los contrarios dentro de la unidad. “Todo cambia” (panta rei), es la frase que se le atribuye, como símbolo de su tesis, según la cual no hay nada en reposo. Nadie se mete dos veces en el mismo río. La esencia de las cosas es el fuego. La guerra es la reina y madre de todas las cosas.

Sin embargo, explica que el devenir está sujeto a una ley interna, el Logos, que también se ha interpretado como el Dios de Heráclito.

La importancia de este autor, está, sobre todo, en el contraste con Parménides. Mientras Heráclito insiste en el devenir, Parménides va a asentar con firmeza la tesis del ser único, inmutable y eterno.


Parménides


Nace aproximadamente en el 515 a.C, en Elea (también al sur de Italia). Conoce a Sócrates e influye notablemente en el pensamiento de éste, y en el de Platón. Escribe su filosofía en verso, y su poema se titula Sobre la naturaleza.

Critica a Heráclito y se opone radicalmente a su tesis sobre el devenir. El movimiento es calificado como una ilusión de los sentidos.

El hallazgo de Parménides es el ser. El ser es lo que es. Fuera del ser no hay nada. Pero, además, el ser tiene que ser uno, pues si hubiera otra cosa, no podría estar separado de ella por algo. El ser es eterno, pues no puede provenir de nada. También es inmóvil, pues no hay otra cosa en la cual se podría mover.

Por otro lado, Parménides identifica el pensar y el ser, con lo cual se inicial el movimiento idealista, ya que en Platón tiene un claro representante. Distingue también la vía de la verdad, que es el entendimiento, y la vía de la opinión (doxa) que está en los sentidos.

El estatismo de Parménides ha sido invocado frecuentemente por los autores que pretenden ridiculizar las teorías metafísicas acerca del ser. Cierto es que Parménides se coloca en un nivel metafísico; pero no menos cierto es que Aristóteles modificará esta metafísica, justamente en función de la merecida explicación racional del devenir.


Empédocles, Anaxágoras y Demócrito


En pleno siglo V a.C., florecen estos tres personajes, inmediatos predecesores del apogeo griego.

Empédocles lanza la tesis de los cuatro elementos o raíces de las cosas: tierra, agua, aire y fuego. Por diversas combinaciones de estos cuatro elementos se consigue la inmensa variedad de todas las cosas. Además, la evolución de la materia está sujeta a dos fuerzas: el amor y el odio. Por atracciones y repulsiones (así se entiende el amor y el odio es como se va originando todo cuanto existe.

Anaxágoras de Clazomene (nacido hacia el 500 a.C.) lleva la filosofía a Atenas. Sostiene que la materia está compuesta por homomerías o gérmenes (spérmata) y que el orden de las cosas está impuesto por una mente o un nous.

La importancia de su pensamiento consiste en que, a pesar de su oscuridad y de las diferentes interpretaciones a que ha dado lugar, distingue, por primera vez, el dualismo de la materia y espíritu. El espíritu, mente o nous es la inteligencia ordenadora del caos original a que estaba sometida la materia. A partir de este momento, la filosofía se va a lanzar decididamente por el camino de la explicación supramaterial de la materia.

Demócrito de Abdera (460-370) está en el polo opuesto de Anaxágoras, por su materialismo. Las cosas están compuestas de partículas indivisibles, llamadas átomos. Las diferencias cualitativas se explican por las diferentes combinaciones cuantitativas de estos átomos. Demócrito no admite un principio espiritual que rija el orden del mundo.

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